jueves, 30 de diciembre de 2010

GREASE, Randal Kleiser (1978) [6/10]

Estados Unidos, al ser primera potencia mundial política, económica y militar, se ha convertido en escaparate y referente para la mentalidad occidental. Su bagaje cultural ha sido importado, y lo está siendo cada vez más, a nuestras tierras de forma impresionante, y día a día podemos ver cómo sus estereotipos sociales encuentran su particular versión española por estos lares.
El cine tiene parte de culpa en este fenómeno, pues es en gran parte a través de él como se nos ha mostrado el anzuelo de la sociedad ideal, la sociedad que debemos querer y a la que debemos aspirar.
Uno de los ámbitos que mejor se presta a mostrar esa realidad estadounidense supuestamente ideal a través del cine es el instituto, generándose así el género highschool, cuyas tramas se desarrollan en el ámbito escolar de los típicos institutos americanos de atractivos quarterbacks, dulces y populares animadoras y emocionantes bailes de fin de curso.
Nos guste o no, todo eso pertenece ya a nuestro imaginario colectivo, y por lo tanto a su correspondiente representación cinematográfica, no exenta en muchos casos de ridiculización.

Grease, de Randal Kleiser, es una de esas películas que, a modo de cariñosa parodia, realiza un homenaje a aquellos años cincuenta que tanto marcaron la mentalidad de la sociedad estadounidense, y por extensión de la sociedad occidental.
Basada en el musical homónimo de Jim Jacobs y Warren Casey, Grease cuenta la historia de la vuelta al cole en el instituto Rydell, donde Danny Zuko (John Travolta) y Sandy Olson (Olivia Newton-John) se reencuentran inesperadamente tras haber vivido un ligue de verano.

Lo cierto es que trama no tiene demasiada, pero sería estúpido ponerse a buscar un argumento en un musical como Grease, donde lo principal son las pegadizas canciones y los atractivos bailes que los “jóvenes” actores nos ofrecen, y cuya única y principal utilidad consiste en alegrarte la tarde del domingo echándole un vistazo en el sofá de casa. Si es en compañía mejor.



lunes, 27 de diciembre de 2010

4 MESES, 3 SEMANAS Y 2 DÍAS, Cristian Mungiu (2007) [8/10]

Cuando a finales de los 80’ el bloque comunista europeo se venía abajo, muchos intelectuales de Occidente, el lado capitalista, decían estar asistiendo al fin de la historia, idea concebida por el conocido sociólogo estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama. El socialismo real aparecía ante los ojos de todo el mundo como el gran derrotado, y el capitalismo liberal como vencedor y por lo tanto como único sistema económico-social viable y digno de desear. Por eso, a partir de entonces, sólo se podría jugar a ser rojo dentro de los límites establecidos por el mercado y reservados a la socialdemocracia, no más.
Sea o no verdad que la caída de los Estados socialistas de Europa del Este constituye el último capítulo de la historia, lo que sí es cierto es que se trata de uno de los mas reseñados en las tertulias políticas, y por supuesto su reseña ha sido llevada a cabo también a través de los ojos del cine.
La visión que el cine ofrece de dicho periodo varía desde la pseudo-nostalgia de lo que pudo ser y no fue que muestra Good Bye, Lenin! (Wolfgang Becker, 2003) hasta la denuncia de lo que, a ojos del director, constituyó el imperio del terror en manos de la todopoderosa Stasi, visión que ofrece La vida de los otros (Florian Henckel-Donnersmarck, 2006), ambas, por cierto, ambientadas en Alemania, cuya caída del Muro se convirtió en el símbolo de los mencionados derrota del comunismo y fin de la Historia.

La película que comentamos también nos devuelve a finales de los ochenta, esta vez en Rumanía, en lo últimos días del Gobierno del que fuera bautizado como el vampiro de los Cárpatos, el comunista Nicolae Ceaucescu.
Magistralmente escrita y dirigida por Cristian Mungiu, 4 meses, 3 semanas y 2 días cuenta de manera nada nostálgica la historia de dos estudiantes llamadas Otilia (Anamaria Marinca) y Gabita (Laura Vasiliu), esta última embarazada, que acuden a un médico para que, de forma clandestina, le practique un aborto a Gabita.

Mediante una dirección tan extremadamente realista como opresiva, la cámara nos muestra la forma en que las dos jóvenes se enfrentan en su día a día a la burocracia del Estado socialista rumano, donde los sobornos y la clandestinidad para salir adelante están a la orden del día.
La realización es correcta, sencilla y sin complicaciones, quizá cercana al Dogma 95, sin música y sin luz artificial, lo que hace que en alguna ocasión la oscuridad sea chirriante. Nos encontramos con largos planos fijos generales absolutamente democráticos con la mirada del espectador, también con cámara al hombro y en más de una ocasión planos-secuencia, que no hacen sino probar la altísima gama de cada uno de los actores que aparecen en la pantalla, del mismo modo que lo veíamos en La mirada de Ulises de Angelopoulos. A este respecto conviene también señalar que la perfecta construcción de cada uno de los personajes se hace patente en cada segundo de metraje. No existe el cartón-piedra, todo es real, y la magia del cine aflora ocupando cada uno de los espacios, por recónditos que sean.

Una excelente obra que, aunque se le puede poner alguna que otra pega, si es representativa del resto de cine que se hace en Rumanía, deja prueba fehaciente de la buena salud de la que goza el cine rumano.



viernes, 24 de diciembre de 2010

INDIANA JONES Y LA ÚLTIMA CRUZADA, Steven Spielberg (1989) [7,5/10]

Hoy he vuelto a tener 9 años, he vuelto a estar frente a una pantalla dispuesto a correr trepidantes aventuras con Indi (Harrison Ford) en Indiana Jones y la última cruzada, tercera parte de la aclamadísima trilogía dirigida por Steven Spielberg.
El prólogo de la película ya constituye por sí mismo toda una lección de cine bien hecho, que nos devuelve al mejor Spielberg, al genuino Indiana Jones. Es una especie de tranquilizador, la forma que tiene el director de decirnos "calma, que aunque sea una secuela, sigo en plena forma y váis a seguir disfrutando", algo que por supuesto faltó en la cuarta.

El realizador demuestra ser todo un conocedor del lenguaje cinematográfico, siendo que La última cruzada resulta ser la mejor de la trilogía en cuanto a su realización. No obstante, y de esto se da cuenta uno cuando ve la película con un mayor grado de madurez, en la tercera parte de Indiana Jones Jeffrey Boam (que así se llama el guionista de la tercera entrega) ha sobrecargado la historia de gracietas que, aunque buenas, su excesivo número termina por molestar al espectador, aunque quizá ha influido en este sentido el hecho de tener El templo maldito (de mayor oscurantismo) más reciente, y esperarme por lo tanto otra cosa más seria.

Esta vez Indiana se las verá con los nazis en la búsqueda del Santo Grial, nada menos, y como novedad viene acompañado de su papá (Sean Connery). En el papel de "la chica" se encuentra Alison Doody, que da vida a la bellísima y seductora Dra. Elsa Schneider, y vuelven los amigos de Indi que ya conocimos en En busca del arca perdida, Marcus Brody (Denholm Elliott) y Sallah (John Rhys-Davies, que por cierto es el mismo que interpreta a Gimli en El señor de los anillos).

Con una serie de magistrales gags visuales importados de los dibujos animados y un espléndido sentido del humor que embadurna cada diálogo de la película, Spielberg y su equipo vuelve a portarse y hace lo que mejor sabe, obteniendo así una preciosa película que, aunque más floja que las otras dos, no decepciona en ningún momento y nos devuelve a uno de los personajes más entrañables de la historia del cine, el gran Indiana Jones.



martes, 21 de diciembre de 2010

BIUTIFUL, Alejandro González Iñárritu (2010) [6,5/10]

Biutiful, la última película del director mexicano Alejandro González Iñárritu, se introduce en las capas más pobres de la sociedad para mostrar la miseria a la que día a día mucha gente se ve abocada, donde sobrevivir es prácticamente cuestión de suerte, y donde la ley de la jungla impera por doquier.
Un buen calificativo para la película es "dura". Algunos pueden considerar las situaciones que nos presenta el autor como típicas o estereotipadas, pero eso no hace sino fortalecer el patetismo de nuestra sociedad, que aún viéndolas como algo siempre presente no hace nada por acabar con ellas, y se limita a bostezar.
La película parece querer mostrar que la pobreza es algo que se transmite de padres a hijos, y que quien nace pobre, pobre se muere, todo ello en una atmósfera tan degradante y pestilente que le hace merecer un enorme aplauso al director de fotografía Rodrigo Prieto.
El problema quizá reside en querer abarcar mucho, centrarse en demasiadas historias lumpenproletarias para, en lugar de conseguir que el espectador empatice con los personajes y su situación de supervivencia, lograr que ninguna de las historias posea un mínimo de interés.
Sin ningún lugar a duda, lo mejor de la película es la interpretación de Javier Bardem, que bien mereció el Premio al Mejor Actor en Cannes 2010, pero, hablando del reparto, hay algo que me revienta de los actores de habla hispana y que creo que únicamente me pasa a mí: no vocalizan. Y no sólo es que no vocalicen, sino que es que si a esto le sumamos el hecho de que hay escenas en las que están susurrando, la sensación llega a ser desesperante.
El personaje de Marambra (Maricel Álvarez) no creo que esté todo lo perfilado que debería, y quizá sea consecuencia del ya mencionado excesivo abarcamiento de historias, que poco aprietan a la hora de concretar.
Biutiful posee además un fuerte componente fantástico genialmente expresado que en ocasiones puede llegar a asustar.
En definitiva, Biutiful es un película aceptable, bonita, dura, pero bastante mejorable y nada del otro mundo.


sábado, 18 de diciembre de 2010

PLAN DIABÓLICO, John Frankenheimer (1966) [4/10]

Plan diabólico, de John Frankenheimer, cuenta la historia de un hombre (Rock Hudson) descontento con su vida, a la cual decide poner fin haciéndose una espectacular operación de cirugía estética que cambia su identidad por completo.
Aunque "oficialmente" no esté reconocida como tal, la película pertenece claramente al género de la ciencia-ficción, cuyas películas ponían en tela de juicio los avances científicos que la sociedad salida de la Segunda Guerra Mundial desarrollaba, dado que se estaban comprobando sus efectos devastadores en la Guerra Fría.

Plan diabólico, pésima traducción de Seconds, el título original; es una película acerca de segundas oportunidades, que, aunque en un principio puede parecer interesante lo cierto es que acaba por hacerse terriblemente aburrida. Empieza sin explicar nada, el espectador siempre tiene ganas de conocer más y más. La película, ya avanzada, sigue sin dejar claro qué diablos está pasando aquí y por qué, y así hasta que acaba, dejándonos con cara de idiotas. ¿Qué ha pasado entonces? ¿Por qué algo que ha empezado tan bien ha acabado por decepcionar de esta manera tan horrible?

El problema reside, básicamente, en que la historia no está bien contada. La escena en que Hamilton se reúne con el jefe de la empresa para pedir el cambio de cara nunca da la sensación de que ser un cambio realmente querido por Hamilton, sino más bien todo lo contrario. Parece como si le fuesen a hacer la cirugía contra su voluntad por no se sabe qué oscuro motivo. Es aquí cuando uno empieza a elucubrar en vano: ¿le va a contratar la CIA para una misión especial? Eso es lo que pensé yo, que por fortuna o por desgracia tengo demasiada imaginación, y por eso me llevé la decepción que me llevé.

Además, la película cuenta con escenas, para más inri demasiado largas, que no vienen especialmente a cuento. Me refiero a la bacanal, ¿qué diablos pinta ahí? ¿por qué dura tanto?

Sí hay que reconocerle al director su impecable realización, que genera la atmósfera idónea para que padezcamos con el pobre hombre al cual Rock Hudson da vida de forma aceptable. Ya la película, desde el momento en que empiezan los créditos, nos introduce en lo que vamos a ver a lo largo de las casi dos horas de metraje, haciéndonos un recorrido por un misterioso rostro. Luego llegan los planos de cámara fija al cuerpo, las deformaciones de la imagen a través de planos aberrantes y las secuencias oníricas de tono surrealista que acompañan magistralmente la historia que se nos quiere contar.

Una lástima que se haga tan aburrida.



miércoles, 15 de diciembre de 2010

CORRE, LOLA, CORRE, Tom Tykwer (1998) [8/10]

Una de las películas más importantes con las que cuenta el cine alemán es la producción independiente Corre, Lola, corre, dirigida por Tom Tykwer y ganadora del Premio del Público en Sundance en 1999.
En ella asistimos a los últimos veinte minutos antes de que Manni (Moritz Bleibtreu) entregue la pasta que debe a su "jefe", un peligroso capo de la droga. El joven ha tenido la mala suerte de haberse dejado el dinero en un asiento del metro, y si no reúne en 20 minutos los 100.000 marcos será hombre muerto. Su novia, Lola (Franka Potente), tendrá que ayudarle, para lo cual deberá...correr.

La película aborda de manera interesante el conocido efecto mariposa, según el cual, son las pequeñas acciones que llevamos a cabo las que determinan nuestro destino. De esta forma, a lo que asistimos como espectadores cuando vemos esta cinta de Tykwer es a una misma situación repetida tres veces en cada una de las cuales varía un insignificante elemento que le da la vuelta al final completamente. Esto debe hacernos reflexionar acerca de la posibilidad de crear una interesante historia con poco presupuesto, dado que, al fin y al cabo, muchas de las escenas que vemos (las que muestran a Lola corriendo por las calles de Berlín) han sido rodadas una sola vez y repetidas después en el montaje, o al menos esa es la sensación que da.

Llamando la atención las escenas realizadas mediante dibujos animados, la película constituye todo un espectáculo visual necesariamente influido por la cultura del videoclip, a lo que ayuda inevitablemente, aparte del fugaz montaje picadísimo (no podía ser de otro modo en una película que tiene a la velocidad como hilo conductor), el acompañamiento con música techno compuesta por el propio Tykwer entre otros.

Visualmente muy conseguida, Corre, Lola, corre es una de las cintas de cine independiente más valoradas por la crítica y el público, y el precioso pelo rojo de una fascinante Franka Potente en su interpretación se ha convertido ya en uno de los iconos del cine alemán.
Además, la película dura únicamente 73 minutos, y ya se sabe que lo bueno, si breve...

domingo, 12 de diciembre de 2010

UNCLE BOONMEE RECUERDA SUS VIDAS PASADAS, Apichatpong Weerasethakul (2010) [5/10]

Se llevó la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes y era una película tailandesa, país del cual, aparte de la comida que sirven en el Wok de la cadena VIPS (que se supone que es de allí), desconozco prácticamente todo, y por supuesto su cine. Así que cuando ví que proyectaban Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Apichatpong Weerasethakul, 2010) en los Renoir (ninguna otra sala en Madrid se la jugó a la hora de programar semejante tostón) allá que me fuí con mi novia, a quien, evidentemente, tuve no sólo que convencer sino también invitar para que aceptase venir conmigo a un film cuyo mejor calificativo es "lento de cojones". Pero lo cierto es que dicho adjetivo no le hace justicia, al menos por mi parte, puesto que soy el primero que lo flipa con Haneke y Angelopoulos haciendo de las suyas (hasta cierto punto, todo sea dicho). El problema de Uncle Boonmee... no reside en sus eternos planos, algunos de los cuales no pueden ser más bellos y con cuya resolución (cámara fija y que los actores actúen) yo mismo estoy de acuerdo, sino en la falta de una estructura narrativa y en la total ausencia de conflicto mínimamente identificable. La película no es aburrida, al menos no tanto como uno, como buen occidental colonizado por los valores yanquis, podría esperar de una producción tan exótica. Es sabido que, por lo general, las películas asiáticas poseen una naturaleza más contemplativa que lo que se hace en Occidente, y que no podemos acudir a ver un filme de estas características como quien va a ver a James Bond luchar contra el mal. Cuando uno se planta en una butaca de un cine en VOS (¿la película se ha doblado siquiera?) a ver Uncle Boonmee... sabe que va a ver una gafapastada monumental, y que por lo tanto debe estar preparado.
Weerasethakul nos presenta un cuento muy espiritual, demasiado, donde la naturaleza, el ser humano y las demás especies animales se conectan entre sí para dar lugar a la vida. La película muestra al tío Boonmee (Thanapat Saisaymar) en sus últimos días de vida, que ha ido a pasarlos a una casa de campo con su familia. Se presenta el choque entre lo artificial y lo natural, con una realización que en más de una ocasión deja mucho que desear (planos e incluso escenas enteras que no vienen a cuento y que por lo tanto sobran), y ante la cual al espectador no le queda otra más que tomárselo a risa.

La película posee una importante carga de surrealismo que no es baladí, y que, por qué no decirlo, en algunos momentos acojona. La interpretación de los actores, el hecho de que hablen como si se hubiesen fumado un porro, acompaña a ese ritmo tan pausado, de cuyo letargo únicamente salimos con las ya mencionadas dosis de surrealismo y con algún que otro diálogo con una pizca de gracia.

Estaré influido por la crítica, o quizá sea por temor a llevarle la contraria al jurado de Cannes, que de cine entienden más que yo, pero como ya digo la película no es tan insufrible como muchos dicen, se deja ver y hasta puede hacer reflexionar, pero que Weerasetakul no cuente conmigo para la próxima.



jueves, 9 de diciembre de 2010

REGRESO AL FUTURO, Robert Zemeckis (1985) [8/10]

Existen películas que, para ciertas generaciones, son algo más que una sucesión de imágenes a una velocidad de 24 fotogramas por segundo. Para una persona de 70 años, por ejemplo, Casablanca de Michael Curtiz es algo muy distinto a lo que le puede parecer a un joven de 20 que la vea hoy en día. Esto es así porque hay películas que, a pesar de ser inmortales, son inseparables de una época, y quienes la vieron en esa época la hacen más suya que quienes la ven cuando más de sesenta años han pasado ya.
Una de las películas "propiedad" de mi generación es Regreso al futuro, de Robert Zemeckis. Si bien, he de reconocer que hasta hace dos días no la había visto. Sí, la han puesto por la tele cientos de veces, conocía los actores que aparecían, había visto escenas de ella y sabía la temática que trataba, pero nunca me había sentado frente a ella a verla de principio a fin. Me pasa lo mismo con Pretty Woman, Forrest Gump y la saga de Star Wars, películas que todo el mundo conoce y se sabe de memoria aún sin haberlas visto.
El caso es que el otro día en mi facultad, con motivo del 25 aniversario de Regreso al futuro, se hizo una proyección de la película y allí que me fuí, y, durante casi dos horas, volví a ser aquel chaval de ocho años que, en el salón de la casa de la abuela tras una comida copiosa, veía Regreso al futuro en TVE junto con su familia.
Con un excelente guión del director junto con Bob Gale, la película muestra la típica sociedad americana que todos nosotros hemos aceptado en nuestro imaginario colectivo: los chalets, el baile de fin de curso, las pandillas, etc., elementos típicamente yanquis que, por desgracia, vamos adoptando nosotros con mayor asiduidad, sólo que aportándole nuestro distinguido toque español, lo cual hace la cosa aún más patética. El cine americano de los ochenta, nos guste o no, ha tenido una especial influencia en todas las sociedades occidentales, y un ejemplo de ello es la genial Regreso al futuro.
Marty McFly (Michael J. Fox), por accidente, regresa a 1955 en la máquina del tiempo que inventa su gran amigo Doc (Christopher Lloyd), año en el que sus padres aún no se conocían. El problema viene cuando su adolescente madre (Lea Thomspon) se enamora de él, en lugar de quien debería enamorarse para que la existencia de Marty pueda tener lugar.
La película está cargada de acción trepidante, comedia ágil y frases para la posteridad. Todo un clásico del cine americano de ciencia ficción que encontró en muchos jóvenes su referente cinematográfico.

lunes, 6 de diciembre de 2010

SEXO, MENTIRAS Y CINTAS DE VÍDEO, Steven Soderbergh (1989) [7/10]

En los ochenta, el cine independiente deja de concebirse como exclusivo de circuitos cerrados de arte y ensayo, y llega a lo comercial gracias a iniciativas como la de Robert Redford en el Festival de Sundance. Este festival supone un trampolín de nuevos directores y una escuela para futuros cineastas.
En 1989 aparece Steven Soderbergh con Sexo, mentiras y cintas de vídeo, que revoluciona el cine independiente y catapulta a la fama a su director, quien se lleva la Palma de Oro en Cannes.
Sexo, mentiras y cintas de vídeo cuenta la historia de un matrimonio no demasiado feliz en sus relaciones sexuales. Ann (Andie MacDowell), comprobando cómo su marido John (Peter Gallagher) pasa cada vez más de ella, acaba por mostrar cierta reticencia hacia el sexo, mientras que él, tratando de ansiar su apetito sexual, mantiene encuentros clandestinos y esporádicos con Cynthia (Laura San Giacomo), la hermana de Ann. Un día llegará a casa Graham (James Spader), un antiguo compañero de la universidad de John, que actuará como catalizador para la liberación de tensiones entre los tres personajes.
La primera hora de la película es realmente interesante, con un ritmo cuidado y unas actuaciones bastante correctas, donde cabría destacar la naturalidad de James Spader y la potente sexualidad que desprende Laura San Giacomo. Sólo por escuchar la voz tan excitantemente sensual de ésta merece la pena ver la película en versión original. El problema llega en la última media hora, cuando Soderbergh se pierde en un cúmulo de explicaciones que acaban por no explicar nada y por dejar al espectador con cara de haba.
Interesante debut de un director que, aún a día de hoy sigue sorprendiendo con títulos tan dispares como la comercial saga de Ocean's y la, por lo visto, godardiana The Girlfriend Experience.


viernes, 3 de diciembre de 2010

CARRETERA PERDIDA, David Lynch (1997) [7,3/10]

Tras algunos proyectos televisivos como la ya mitiquísima serie Twin Peaks, el genial David Lynch volvió al celuloide para no dejar indiferente a nadie y hacer lo que mejor sabía, en una potente y mágica cinta donde los personajes más siniestros y originales volvían a danzar ante nuestros ojos en la pantalla. Hablamos de Carretera perdida, producida en 1997 y, en cierto modo, precursora de la que años después se convertiría en el filme a causa del cual mayor número de gente se ha devanado los sesos tratando de encontrarle algún tipo de lógica y sentido: Mulholland Drive. Algo que, por otra parte, es inútil del todo, pues bien puede pensarse que mirar una película del surrealista actual por excelencia como quien mira una tv movie de Antena 3 es cuanto menos absurdo.
Carretera perdida nos presenta un tema muy similar al que en 2005 nos traerá Haneke con Caché. Un aparente feliz matrimonio recibe en su domicilio unas misteriosas y anónimas cintas de vídeo en las que aparecen imágenes del interior de su casa, incluso ellos aparecen durmiendo. Con esta premisa tan acojonantemente acojonante Lynch desarrolla una historia que invita al espectador, una vez más, a aceptar sus reglas, introducirse en su mundo y dejarse llevar por esos paisajes oníricos calcados de nuestros sueños, poblados por esos personajes tan terriblemente peculiares y sumergirnos en su atmósfera tan surrealista y opresiva.
El cara-bobo de Bill Pullman junto con la más que explosiva Patricia Arquette están a cargo de los papeles principales, desarrollando una interpretación más que correcta, pausada, como tiene que ser para una película de estas características. Y si a este combo le añadimos el tenebroso personaje interpretado por Robert Blake tenemos una preciosa película made in Lynch que, puestos a buscarle una temática concreta para acercarlo al cine convencional, parece tener mucho que decir con respecto a la industria del porno, aunque como ya digo, no creo que sea la principal intención del realizador.
Lynch tiene su universo propio, y eso le convierte en un director que, como mínimo, ha de ser tratado de usted. Hay quien señala que fue una pena que muriese el Lynch de El hombre elefante, y que el de Carretera perdida y Mulholland Drive puede irse a la porra. Es cierto, son dos directores completamente diferentes uno y otro, pero ambos, en mi humilde opinión estudiantil, realmente buenos, y eso es lo que convierte a David Lynch en uno de los grandes del séptimo arte: su capacidad para hacer películas buenas, independientemente de su temática o estructura, cine a secas, sin etiquetas, historias de todos los colores y sabores realmente atractivas para el público.